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2017 | Mecánica residual


Sobre la obra de Sebastián Pasquel 

Una vez se dijo que los derroteros del arte y la tecnología atravesaron sucesivas crisis conyugales. Como un matrimonio viejo, de esos que superan las bodas de diamante, su historia alternó períodos de amor embobado con noches enteras durmiendo en camas separadas. Luces de colores, sonidos estridentes y movimientos frenéticos computarizados devinieron en el repertorio de un sinfín de artistas fascinados por la grandilocuencia tecnológica. Un efectismo obstinado que incansablemente se las ingenió para reconquistar a su amante. 

Las instalaciones de Sebastián Pasquel, en cambio, configuran máquinas falibles y vulnerables. Pero no lo hacen apelando a una apología de la estética low tech, derivada de la recuperación de tecnologías obsoletas o el empleo de dispositivos poco sofisticados. En lugar de concebir a la tecnología como desecho, las obras exponen los desechos producidos por las tecnologías utilizadas. Así, las máquinas parecen humanizarse porque los remanentes que generan son originados en un ciclo que replica el funcionamiento del cuerpo orgánico. 

En Ritual Opus, alfileres incrustados en decenas de carretes de hilos, montados en mecanismos rotatorios distribuidos en la pared, dejan surcos en el muro mientras crujen cada vez que las bobinas completan su vuelta. Las hendiduras se convierten en los residuos provocados por el proceso mecánico. Al resquebrajar la pared nívea de la sala, transforman la pulcritud del blanco homogéneo recién pintado en una superficie ennegrecida, agrietada. 

También f-242 exhibe los vestigios de acciones automatizadas. Pequeñas máquinas lijadoras poco a poco erosionan placas de yeso grabadas con retratos hallados en un álbum familiar. Los restos de yeso pulverizado imitan la forma piramidal de las partículas amontonadas adentro de un reloj de arena y se desparraman junto a placas desechas a medias, como despojos de un pasado inmediato que solo puede ser reconstruido a partir de sus efectos.  

Hebras deshilachadas trazan líneas en el piso en que se erige Lady_M. En este caso, un maniquí ataviado con un vestidito amorosamente confeccionado se encuentra agujereado a la altura del pecho. A través del orificio asoma un trofeo giratorio de juguete que va siendo ceñido por finísimos hilos rojos, casi transparentes. Son los mismos hilos que en 120/80 recorren un mar de avisos fúnebres, hundidos por agujas enhebradas y dispuestos en distintas latitudes del muro. El itinerario nace del ovillo y culmina en la imagen holográfica de la madre del artista, enredando los diferentes puntos en un azar organizado. En ambas instalaciones, las hebras enmarañadas son las sobras de una maquinaria cuyo instinto selectivo guarda recuerdos y descarta otros.  

Entre hilos, agujas y retratos asoma un tiempo manso. En las obras de Sebastián, movimientos calmos y reiterados nos zambullen en la sonoridad de la mecánica.  El hilo no cose, tampoco la aguja hilvana, pero zurcen los retazos de una memoria autobiográfica. Sus trabajos combinan materiales que enlazan fragmentos de la historia propia, como si se tratara de piezas cuidadosamente ensambladas por la pericia de un ebanista experimentado. O bien, engranajes de un sistema que sustituye la eficiencia de los comportamientos autómatas por la admisible imperfección de la máquina.

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