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2018 | Humanizar a la tecnología


Sobre la obra de Julián Brangold

Estamos inmersos en la era de la tecnología humanizada, aunque a menudo no queda claro si es la tecnología la que debe humanizarse, o nosotros mismos, los humanos. En otras palabras, si la categoría realmente alude al desarrollo de tecnologías sensibles amoldadas a todas nuestras necesidades, o si en cambio el término es una invitación a que bajemos la guardia para dejar que los medios tecnológicos ingresen sin tregua en nuestra vida cotidiana.

La obra de Julián Brangold explora las dos concepciones en simultáneo: interpela tanto a la aparente artificialidad del artefacto, como a la lisa y llana organicidad del cuerpo humano. En sus proyectos los cuerpos se ven atravesados por las tecnologías desde una perspectiva crítica que asume el trabajo con medios digitales como una de las decisiones que el artista enfrenta a lo largo del proceso creativo, entendiendo que los formatos y soportes técnicos carecen de la supuesta neutralidad conceptual, poética y política que en ocasiones les es atribuida.

Julián combina disciplinas tradicionales, como la pintura y el dibujo, con una serie de herramientas y procedimientos tecnológicos, entre ellos diseños por computadora, escaneos, impresiones y videos digitales. Líneas, puntos y toda la impronta gráfica de las artes visuales –también presente en la práctica del tatuaje– convergen con el lenguaje de la imagen en movimiento, ligado a los primeros estudios del artista en el campo del cine. El carácter manual y artesanal del dibujo, aun cuando luego los diseños decanten en formatos digitales, reclama un tiempo pausado que detiene por un rato el frenesí de estímulos al que estamos sometidos (y también sobreadaptados).

Esa zona de ambigüedad entre el gesto manual y el hacer automático, así como entre la condición figurativa de las imágenes y su impronta abstracta, incita una observación más atenta que contemplativa. La mirada se desliza de una esquina del soporte a otra, intentando descifrar, por ejemplo, cuáles son las relaciones entre las distintas figuras repetidas en las imágenes, o si estas últimas fueron hechas por computadora o a mano. La apropiación de diversos repertorios iconográficos hace eco del continuum de virtualidad característico de nuestra época, donde la antigua distinción entre copia y original ya ha perdido vigencia. Figuras descontextualizadas, reiteradas, fragmentadas, desarmadas y reorganizadas dan cuenta de la estructura fractal del código digital. 

Los recursos de la repetición y la serialidad, frecuentes en los distintos trabajos, remiten a las lógicas inherentes a la producción tecnológica, al igual que al modo en que circulan las imágenes en un mundo altamente tecnificado.

Las referencias a los procesos técnicos tampoco descuidan en este caso el factor del error, tan tecnológico como humano. Así lo demuestran los acrílicos que replican patrones borrosos obtenidos a partir del movimiento intencional de las imágenes dentro de un escáner; los finos papeles montados sobre bastidores que recomponen un cierto orden de las figuras impresas, luego de haberse trabado y quebrado en la impresora; o los desplazamientos de cuerpos que gravitan en el espacio del video como si fueran descartes de un render diseñado para versiones ulteriores.

Ninguna de las propuestas recae en una perspectiva apocalíptica convencida de que la humanidad terminará siendo engullida por la máquina, pero tampoco en la ingenuidad de creer que la humanización de la tecnología supone simplemente una extensión protésica de nuestro cuerpo que compensa todo lo que nos falta. De esa forma, la obra de Julián recuerda que humanizar a la tecnología es también reconocer la naturaleza vulnerable, incierta y falible de la máquina.

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