Curadurías | Curatorial

 
 
 
 
2016 | Oscilante


Buenos Aires Photo

José Luis Brea, uno de los pocos teóricos dedicados a la estética del arte contemporáneo mainstream que también consideró prácticas más outsiders surgidas del cruce arte/tecnología, opinaba que la mera novedad técnica no es suficiente para que una producción cualquiera se vuelva artística; solamente tienen alguna chance las producciones que investigan críticamente sus límites, vale decir, las características formales y materiales específicas de su lenguaje. En el territorio del video, el juego recíproco entre imagen y sonido no hace sino explorar el propio idioma audiovisual.

Esta muestra reúne cuatro obras de video que oscilan entre la figuración y la abstracción, en una especie de figuración abstraída. Porque aunque es claro que hasta cierto punto las imágenes alcanzan a ser reconocibles, al mismo tiempo se encuentran desprovistas de detalles que permitan divisarlas de manera inmediata. Ante la ausencia de referencias espaciales concretas, la pura materialidad de la imagen y el sonido irrumpe en escena. 

En la videoinstalación Llave nro. 2: Mensaje Djehutihotep, Paloma Schnitzer crea un friso virtual inspirado en una pintura hallada en la necrópolis egipcia de Deir el-Bersha, donde una multitud unida por cuerdas a la altura de la cintura arrastra el monumento colosal de un gobernador difunto.  Los cientos de personas diminutas son apenas advertidas en el video. No interesa tanto mostrar qué o quiénes se desplazan, de dónde vienen y hacia dónde van, o cómo se trasladan las siluetas si no flotan ni caminan. Más bien, la mirada se detiene en el movimiento cansado de cuatro hileras de manchas y el modo en que el fondo negro las convierte en guardas tridimensionales que parecen sobresalir de la pared. 

Tampoco en El pozo y el péndulo, Christian Delgado, Raúl Minsburg y Nicolás Testoni se preocupan por explicitar las ilaciones con el cuento homónimo de Poe, ni exhibir el paisaje pampeano desolado en el que una piedra cae hacia las profundidades del aljibe. Solo vemos que, con el impacto del cascote, la superficie acuática vibra y se deforma pesadamente al compás de una música visual. 

Los sonidos desencadenados por el chapuzón de la piedra en El pozo y el péndulo, y las resonancias provocadas en las formas que adopta el agua, hacen eco en Las dos caras de una bomba, de Tomás Rawski. A través de un proceso de programación, el artista transforma un video de la explosión de una bomba nuclear, encontrado en YouTube, en dos secuencias en blanco y negro que dividen la pantalla al medio. Pero la famosa nube de hongo sería casi irreconocible en ambas imágenes si no fuera por el ruido del estallido.  Al igual que un fósforo encendido en un cuarto oscuro, el estruendo orienta la visión por unos pocos segundos. 

En Recuerdos eran los de antes, Mariano Ramis también recupera filmaciones preexistentes, aunque en su caso retoma una serie de registros casuales realizados por él mismo y procesados a través de técnicas derivadas de la fotografía, la animación y el video. Entre rayones y granulados, por instantes pueden entreverse distintas figuras borrosas que despuntan y se esfuman en secuencias inconexas, así como los recuerdos de viajes y cumpleaños se amontonan desordenados en la memoria.

Hace más de un siglo Kandinsky se preguntaba si no era mejor que los artistas renunciaran a la representación figurativa, “desparramándola a todos los vientos y desnudando por completo lo plenamente abstracto” [sic]. Una de las respuestas que ensayaba es que todo objeto, creado por la mano del hombre o la naturaleza, es un ente con vida propia del que emergen efectos, como la agitación producida por un color o la tensión generada por determinada forma. Y si de efectos se trataba, solo cabía dejarlos al descubierto.  Es evidente que ninguno de los videos cumple a rajatabla las proclamas de Kandinsky: la abstracción sigue bastante vestida, pero sus ropas pueden volarse en cualquier momento.

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